No necesitan broncas ni castigos – Carlos González
Urtarrilak 31an eman behar duen hitzaldia dela era, Carlos Gonzalez-ek artikulu hau bidali digu. Zuekin konpartitu nahiko genuke. (GAZTELERAZ dago)
Con motivo de la conferencia del día 31 de enero, Carlos Gonzalez nos ha remitido este artículo suyo publicado en la revista Tu bebé.
El ser humano tiene una fuerte tendencia a la venganza. Es un concepto importante en numerosas culturas, un tema recurrente en nuestra literatura.
Existe la teoría de que esta tendencia a castigar a quien nos fastidia, este “instinto justiciero”, puede haber sido útil a nuestros antepasados, hace miles de años, para mantener la cohesión del grupo y poder así actuar conjuntamente por el bien común.
Puede que el castigo fuera útil y hasta necesario para guiar la conducta de nuestros lejanos antepasados, que eran muy monos pero bastante brutos. Pero en la actualidad nuestra conducta se regula por otros mecanismos. No nos abstenemos de obrar mal por miedo al castigo, ni hacemos el bien por la esperanza de un premio. Tenemos principios, valores, creencias, convicciones éticas. Hacemos lo que creemos correcto aunque nadie nos vigile, y respetamos a los demás porque no queremos perjudicarles ni herir sus sentimientos.
No nos abstenemos de obrar mal por miedo al castigo, ni hacemos el bien por la esperanza de un premio.
Queremos que nuestros hijos tengan valores. Y el castigo no es la forma de conseguirlos. Son cosas contradictorias. Las personas honradas no roban porque saben que eso está mal. No es la policía, sino su propia conciencia, quien les impide robar. El que no roba por miedo a que le pillen y le castiguen no es una persona honrada, sino un ladrón cobarde.
Muchos niños han sido criados con castigos, y eso es algo que tiende a transmitirse de generación en generación. Por imitación, por desconocimiento, por no haber vivido nunca otra situación, por no haber visto otra forma de hacer las cosas. A veces me consultan padres completamente desorientados, incapaces de imaginar una alternativa, “pero, si no le castigo, ¿qué otra cosa puedo hacer?”. “¿Cómo hacerle entender las cosas, si no le pego?”, preguntaba la madre de una niña ¡de año y medio!
Pues muy sencillo: trate a sus hijos como a personas. Por supuesto, los niños no son exactamente iguales a los adultos. Les cuesta comprender las cosas, les cuesta recordarlas, les cuesta dominar sus emociones o renunciar a sus deseos. Y por eso precisamente hay que ser con ellos más comprensivos y respetuosos que con un adulto. ¿Cuándo es la última vez que castigó a su marido a no salir el sábado porque no se había hecho la cama, o que envió a su esposa al sillón de pensar porque había comido chocolate sin pedir permiso?
Trate a sus hijos como a personas.
No castigamos a los adultos. Al menos no castigamos a familiares y amigos, ni a compañeros de trabajo o vecinos, por los pequeños conflictos familiares. Sí que en nuestra sociedad se castiga a los delincuentes, pero tenemos muy poca fe en que la cárcel les haga mejores, y en todo caso su hijo no ha hecho nada grave.
A veces sí que gritamos, abroncamos o insultamos a los adultos. Pero todos estamos de acuerdo en que eso no suele dar buen resultado. Si marido y mujer se intercambian con frecuencia frases como “¡que te estés quieto de una vez, te he dicho!”, “¡es que ya me tienes harta!”, “¡estoy muy enfadado contigo!”, “¡ya lo has vuelto a estropear, es que no te fijas en lo que haces!”… no pensamos que la relación va viento en popa, sino que van a acabar en divorcio si no hacen algo, y rápido. Una pareja que discute con frecuencia busca ayuda profesional, acude a un psicólogo para ver la manera de solucionar el problema.
Pues bien, gritar, insultar o ridiculizar a un niño es todavía peor. Así podemos conseguir que se calle por puro miedo, pero no podemos conseguir que nos quiera más, que nos respete más o que tenga más ganas de estudiar, recoger la habitación, lavarse las manos, “portarse bien” o cualquier otra cosa que le hayamos pedido a gritos. Cuando un niño pone los pies en el sofá y sus padres le gritan, el problema no son los pies en el sofá. El problema son los gritos. Usted no necesita ayuda sobre “cómo conseguir que deje de poner los pies en el sofá”. Usted necesita ayuda sobre “cómo dejar de gritarle a mi hijo”.
No solemos gritar, y mucho menos castigar a los adultos, pero sí que controlamos su conducta. ¿Cómo conseguir que su marido haga la cama? Pues simplemente diciendo “cariño, haz la cama, por favor”. Y si su esposa pone los pies en el sofá, ¿no le diría algo así como “por favor, no pongas los zapatos en el sofá, que se ensucia”? Pues lo mismo puede hacer con su hijo.
¿Que con su marido no siempre funciona? ¿Que a veces no se hace la cama? ¿Y bien? ¿Es entonces cuando le castiga o le da un bofetón? No; simplemente se lo vuelve a decir. Los adultos no siempre obedecemos. Nadie espera que le obedezcan siempre. Un adulto puede discutir una orden “lo siento, ahora no me va bien”, o puede decir “en seguida”, “en cuanto acabe la peli”, y luego “olvidarse” o incluso olvidarse de verdad. ¿Realmente cree que un niño pequeño va a obedecer siempre, en todo, a la primera, sonriendo y contento? Pues no; ni un niño, ni nadie. Algunas veces se hará el remolón, otras se saldrá por la tangente, otras pondrá mala cara y refunfuñará.
** No quieren ser tiranos
Mandar en una familia es como ser presidente de la comunidad de propietarios. Nadie quiere hacerlo, porque es mucho trabajo. ¿Que su hijo monta una rabieta porque quiere un helado? No pretende decirle dónde tiene usted que trabajar, ni qué ropa se debe poner, ni dónde ha de ir de vacaciones este año, ni qué modelo de coche tiene que comprar. Ni siquiera pretende decidir a qué escuela irá él ni qué ropa se pondrá. No quiere mandar, sólo quiere el dichoso helado. Usted seguirá tomando todas las decisiones, incluida la decisión de si le da el helado que pide o no se lo da. Pero, si decide no dárselo, más vale que esté usted dispuesto a tolerar la frustración: su hijo se enfadará si no le dan lo que pide, y mostrará su frustración, y usted debe tolerarlo. No gritarle, ni amenazarle, ni castigarle, ni ridiculizarle (“qué feo te pones cuando lloras”). Simplemente “no, lo siento, un helado no”. Y si se lo dice con normalidad y sin gritar, y si usa un poco de diplomacia y le distrae (“lo que podríamos hacer es ir a los columpios” u “ójala tuviera un helado gigante para darte un trozo, ¿conoces el cuento del elefante que se comió el helado más grande del mundo…”), en muchas ocasiones conseguirá incluso evitar la rabieta.
*** Me mira, sonríe, y lo vuelve a hacer
Vamos a ver, cuando usted desobedecía a sus padres (y no me venga con que nunca ha desobedecido. Aquel novio, aquel cubata, aquellos cigarrillos…), ¿lo hacía delante y sonriendo, o lo hacía a escondidas? ¡Si aún no se han enterado, sus padres! Su hijo no es tonto. Cuando quiera desobedecer, lo hará a escondidas.
Nos mira, porque le importa nuestra respuesta. Sonríe, para que veamos que va de buenas. Lo repite, para ver qué opinamos. Porque no es tan fácil. ¿Por qué se puede tirar al suelo el osito de peluche, pero no el vaso de cristal? ¿Por qué se puede dibujar en el periódico de ayer, pero no en este libro? Por eso lo repite una y otra vez: “Y aquí, ¿se puede pintar?” “Y el tenedor, ¿se puede tirar al suelo?”. Está pidiendo aclaraciones para poder obedecernos mejor. Cuando tenga todas las respuestas, dejará de preguntar. A los siete años ya no hará eso.
————————
La autoridad de los padres
Los padres tenemos autoridad sobre los hijos; una autoridad natural e irrenunciable. Porque ellos no tienen conocimientos, experiencia ni capacidad para decidir el rumbo de sus vidas, porque nos quieren con locura, porque están deseando que les digamos lo que tienen que hacer. Continuamente están buscando nuestra aprobación (“¡mira, Mamá, mira qué hago!”), porque para ellos nuestra aprobación es importante. Y cuando descubren que no la tienen (y a veces no la pueden tener, más de una vez tendremos que decir “no toques ese jarrón” o “aquí no se puede correr”) es fácil que protesten, se enfurruñen o lloren. No es que estén discutiendo nuestra autoridad, es que se sienten mal por “habernos fallado”. Lo último que necesitan es que encima les echemos un sermón o les gritemos. Al contrario, si comprenden que no estamos enfadados o decepcionados con ellos, que no pensamos que “han sido malos”, sino que simplemente les estamos dando información para hacer las cosas mejor, es probable que evitemos su llanto.
Nuestros hijos nos obedecen, hasta en los más mínimos detalles (“¡ponte recto!” “no te rasques”) cien veces al día. No pierda los nervios si alguna vez no lo hace. La autoridad también tiene límites.
———————-
¿Y si pega a otro niño?
Es una situación ideal para educar a su hijo. Pablito molestó a Sandra, y Sandra (su hija) le pegó. Ahora Sandra ha hecho algo (pegar) que le molesta a usted. ¿Qué hago? Haga lo que quiera que Sandra le haga a Pablito. Le va a enseñar a su hija la manera correcta de responder cuando alguien nos molesta. Si le pega, ella pegará a Pablito. Si le grita, ella gritará a Pablito. ¿Quiere que su hija ridiculice a otros niños, les amenace, les abronque, les siente en el sillón de penar o les castigue sin jugar? Pues adelante, enséñele cómo se hace. Pero no pierda de vista una cosa: lo que usted le haga a ella, ella se lo hará a otros.
Lo que usted le haga a ella, ella se lo hará a otros.
¿A que no es tan fácil? Pues si a usted le cuesta decidir cuál es la mejor respuesta, imagínese a ella, que sólo tiene cuatro años.
¿Y si prueba a explicar las cosas amablemente? Pues su hija aprenderá a resolver así sus conflictos. No lo aprenderá de hoy para mañana, necesitará años de repetidos ejemplos. Nadie ha dicho que educar a los hijos fuera a ser sencillo.
Nadie ha dicho que educar a los hijos fuera a ser sencillo.
CARLOS GONZALEZ – PEDIATRA