Cualquier educador (padre, maestro…) tiene la obligación de ser una autoridad en su ámbito y dispone de unos poderes legítimos necesarios para cumplir la función que tiene encomendada, pero lo que realmente es importante y necesario tener es autoridad personal, tanto en lo que enseñe como en su ejemplo de conducta.
Esta autoridad debe ser mediadora y debe buscar el
desarrollo de la libertad del individuo. Cualquier acción educativa sólo tiene éxito si llega a la cabeza y al corazón, lo que
NO se consigue imponiendo un comportamiento ciegamente llevado a la práctica, sino “
iluminando” al sujeto con el razonamiento y ofreciendo un modelo de conducta íntegra y con fundamentos justificados.
La autoridad es una cualidad personal, que se adquiere con esfuerzo y que sirve a los demás como punto de referencia, moviéndoles a esforzarse en un sentido determinado, sin obligar por la fuerza. La verdadera autoridad nunca pretende dominar, intenta que los demás se desarrollen a través de la confianza; no se debe imponer sino que debe atraer por sí misma.
Tiene autoridad aquel cuya excelencia es reconocida por los demás, los cuales se ven inclinados a aceptar las ideas o realizar las acciones que ven en la persona con autoridad, por la credibilidad que ésta suscita, no porque se lo impongan.
Tal autoridad, muy necesaria en la educación (en la familia, en la escuela, en la sociedad…), hay que distinguirla necesariamente del autoritarismo, que es una forma abusiva de ejercerla.
El error del autoritarismo tiene nefastas consecuencias en los hijos y en las personas en general, las cuales al ser sometidas a una presión autoritaria pueden fácilmente terminar con un bajo concepto de sí mismas, volverse pasivas, dependientes, perder la ilusión de luchar por construir su propia existencia… El conformismo a los valores dominantes lleva a la aparición de personalidades mediocres. Pero tampoco es tan fácil conseguir la eficacia que busca la mentalidad autoritarista, ya que en primer lugar, las personas solemos revelarnos ante el autoritarismo. Este ambiente suele producir un claro enfrentamiento entre padres e hijos, parejas, profesores y alumnos, jefes y empleados, etc., y promueve la indisciplina, la mentira, la hipocresía y el fraude.
En definitiva, la autoridad personal, basada en la confianza y el respeto es necesaria, mientras que el autoritarismo, basado en el abuso de poder, es muy contraproducente.