UN ACERCAMIENTO A LA DEPRESIÓN INFANTIL
“PONME LÍMITES, PARA QUE PUEDA VOLAR,
ESCUCHA MI DOLOR, PARA MI ANGUSTIA ABRAZAR”
UN ACERCAMIENTO A LA DEPRESIÓN INFANTIL
El concepto de depresión infantil es relativamente nuevo, así como la concepción del niño/niña como sujetos con necesidades y desarrollo evolutivo propio. Es más, En la Época Grecorromana la importancia del niño/a radicaba exclusivamente en su resistencia física, visto como un futuro guerrero y poniendo nula atención a su desarrollo y necesidades emocionales; o como responsable de las tareas del hogar, cuidado de hermanos y hermanas, etc.
Posteriormente, durante la Edad Media, con el predominio de la filosofía cristiana, se veía al niño/a como portador del pecado original, egoísta, ególatra y pecador (de ahí la necesidad del bautizo) pero con apariencia inocente; era un/a “adulto/a en miniatura” e incluso víctima de la Inquisición. Con San Agustín empiezan los primeros vestigios de una óptica diferente para el infante, tomándolo en cuenta ya como una verdadera persona con sentimientos auténticos. No obstante, en la Revolución Industrial se sigue haciendo víctima al niño/a de malos tratos y agotadoras jornadas de trabajo. Fue apenas a finales del siglo XIX y principios del XX cuando se reconoció al niño/a, ya no como un adulto en miniatura, sino con necesidades propias y una particular forma de desarrollo emocional. Es entonces cuando se da el fenómeno de la llamada Psicopatología infantil.
La depresión podría decirse que guarda una profunda tristeza, así como una agresividad no expresada, una contención de un impulso y que no pudo desarrollarse de una manera saludable hacia fuera, por miedo a perder el amor de los/las demás, principalmente por parte de mamá y papá. Por lo que podríamos deducir que existe una evitación de contacto, como mecanismo de adaptación, que en algún momento, quedó contenida, limitando el movimiento y generando una sensación de no poder con la situación, en palabras de Alexander Lowen, sería la incapacidad de responder.
Desde un punto de vista evolutivo podríamos decir que los episodios de depresión surgen principalmente en tres etapas del desarrollo; la primera sería al momento de nacer, cuando bebé y su madre desarrollan un lazo afectivo de manera intuitiva y recíproca. Cerca de los ocho meses de edad éste cae repentinamente en un episodio de depresión, donde busca aferrarse a la seguridad que le proveía el vientre materno, rehusándose a comer y buscando el afecto materno de manera constante y excesiva. Klein establece que con este período culmina la primera etapa del desapego maternal (Klein, 1935).
Durante la segunda etapa de la niñez (entre los tres y seis años) se da otro episodio natural de depresión llamado “angustia de separación”. Esto sucede cuando al infante se le otorga mayor grado de autonomía; por ejemplo, al momento de ir a la escuela (Spitz, 1945).
El último de los episodios depresivos naturales surge durante la adolescencia y se caracteriza por tener una mayor duración. Se origina a causa del duelo que el/la adolescente tiene que vivir por la pérdida de la imagen paternal. A este proceso se suma la perdida de ilusiones, que es cómo se le denomina al contraste que se genera entre los ideales del/ la adolescente y los del círculo social que lo rodea (Spitz, 1945).
Podríamos por tanto diferenciar la depresión en lo siguiente:
Como síntoma: estado de ánimo triste, de infelicidad; sentirse desgraciado, melancólico. Se refiere únicamente al estado de ánimo disfórico y en la jerga psiquiátrica se le denomina Estado de Ánimo Depresivo.
Como síndrome: disforia o tristeza acompañada por otros síntomas que no se refieren exclusivamente a cambios afectivos, sino a trastornos vegetativos, psicomotores, cognitivos y motivacionales.
Como trastorno: existencia de un síndrome depresivo que resulta incapacitante en áreas importantes del funcionamiento (social, escolar, familiar, laboral, etc.) simultáneo a un cuadro clínico característico de un tiempo mínimo de duración, historia característica, respuesta característica al tratamiento, y determinados correlatos familiares, ambientales, biológicos y cognitivos.
En este artículo, por tanto, se hará referencia al último supuesto, la depresión como trastorno.
Se podría continuar diciendo entonces, que la depresión no les sucede sólo a personas adultas, también lo sufren adolescentes y niños/as. Los síntomas son muy parecidos por ello se ha de estar atento a las señales.
Antiguamente no se creía que pudiesen sufrir de este tipo de perturbación emocional, pero en estos últimos años se ha comenzado a tomar consciencia de que así es y de que cuando sucede es tan doloroso como para las personas adultas, siendo generalmente más dificultoso para los y las niñas debido a la dificultad de verbalizar lo que les sucede, ya que generalmente, no se saben expresar de la misma forma que sienten.
Los síntomas son semejantes a los de las personas adultas y pueden ser variados. Cada caso y cada niño/a y adolescente podrán presentar un conjunto de síntomas diferente.
Los niños y niñas así como adolescentes pueden estar tristes y pueden encontrar otras formas de expresarse, pueden manifestar depresión estando tumbados/as, con crisis de llanto, aunque también pueden demostrarlo estando agitadas, desconcentradas, etc. debido a esa energía agresiva retenida (agresiva entendida cómo energía movilizadora, ejecutora).
Síntomas de depresión en infantes y adolescentes.
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Sensación de desespero o abandono
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Alteraciones de apetito, ya sea estando siempre con hambre o de lo contrario, dejar de comer y perder peso, etc.
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Dificultades a la hora de dormir o dormir más de lo habitual. No conseguir dormir bien durante muchas noches seguidas, levantarse muy pronto cuando eso no es habitual
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Sensación de cansancio o con falta de energía durante días.
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Dificultades de concentración
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Aumento de la agitación
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Sentir que nada vale la pena, mirada hacia abajo.
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No consiguen divertirse tanto cómo antes
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Están más gruñones de lo habitual;
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Sensación de que el futuro sólo trae cosas desagradables.
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Dolores de cabeza frecuentes sin ninguna causa aparente
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Sensación de no estar bien en ninguna parte
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Sensación de no conseguir hacer nada con lo que le sucede.
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Ser tan crítico con uno/ mismo/a que piensa que nunca ha de hacer nada bien.
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Ausentismo escolar por no apetecerle estudiar.
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Sensación de que el trabajo escolar u otro se vuelve mucho más difícil.
Durante la adolescencia son característicos lo altibajos emocionales. Es bastante común que los/as adolescentes tengan variaciones en el estado de humor y pasen por períodos de melancolía cuando hay dificultades o desilusiones. La mayoría de las veces, tienen una gran capacidad de reacción y rápidamente se liberan de lo que les molesta. Raramente se sienten tristes por mucho tiempo y hasta se recuperan antes de que su tristeza sea percibida por adultos que le rodean.
Pero hay un pequeño porcentaje que no se recupera con facilidad de algún contratiempo o fracaso. Su tristeza puede que se mantenga en el tiempo hasta que ya no tenga más motivos para sentirse feliz. Hay veces que la depresión es tan grave que interfiere en la vida a todos los niveles, afectando al rendimiento escolar, a la vida social, a las amistades y a las relaciones familiares.
En la adolescencia hay diversas situaciones que pueden causar estos estados depresivos de una forma tan intensa que se puedan prolongar en el tiempo, limitando el bienestar y el disfrute de la vida:
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Sensación de inseguridad sobre si mismo/a.
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Conflictos familiares y separación o divorcio del padre y de la madre.
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Depresión del padre o la madre.
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Enfermedades graves.
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Pérdida, separación o rechazo y la muerte de una persona querida.
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Problemas en la escuela. Abuso por parte de profesores. Acoso escolar etc.
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Incapacidad de responder a las solicitudes del día a día, especialmente cuando las expectativas de la familia, de la escuela y de la sociedad exigen más de la capacidad de respuesta del niño/ niña.
Algunos niños/niñas que van a terapia presentan varios de estos síntomas, e incluso toda la sintomatología asociada, pero por falta de conocimiento se le etiqueta como un niño o niña desobediente, grosera, vaga, que se porta mal, etc. No es necesario que el niño/niña o adolescente presenten todos los síntomas para poder realizar el diagnóstico de la depresión.
No obstante, esto es sólo una aproximación a la detección temprana de la depresión en infantes y adolescentes, para cualquier duda o señales que se aprecien se recomienda un examen más exhaustivo de un/una profesional, ya que cada caso es diferente y se corre el riesgo de etiquetar sin que sea necesario tampoco.
CONCLUSIÓN Y PAUTAS PARA PADRES/ MADRES Y EDUCADORES/AS:
Añadir también, y con ánimo normalizar nuestras vivencias, que la depresión forma parte de nuestros procesos evolutivos, en algunas ocasiones más presente que otras, pero finalmente, así como otros estados de ánimo, se trata de reconocer en nosotros y nosotras que también deprimimos a veces, en distintas intensidades y en consonancia con nuestro entorno social, natural, etc. por lo que sería de interés, “amigarnos” con nuestra depresión, incluirla como parte de un proceso vital y ver qué nos está intentando mostrar. Una de los éxitos de nuestra salud radica en incluir todo lo que sintamos, vivamos, creamos… hacer un puzle de todas nuestras piezas lo más armónico posible. Pero para ello, es imprescindible conocer y reconocer todas nuestras piezas.
El acompañamiento a infantes y adolescentes no está excluido de nuestro propio proceso personal como acompañantes y adultos, o al menos, no debería de estarlo. Así como gestionamos nuestros estados emocionales, así acompañamos los estados emocionales de los demás. Es de suma importancia entonces una coherencia interna para con nosotros y nosotras, para desde este lugar auténtico podamos comprender a los niños/niñas y adolescentes a nuestro cargo.
Por ello, es importante no negar las necesidades afectivas y emocionales del infante o adolescente, es decir, permitir que tenga un espacio donde poder expresarse, donde sienta que las cosas que le preocupan son escuchadas activamente (no solamente oídas), acogidas con respeto, respiradas. Es importante que sientan que tienen testigos cómplices de su malestar, referentes adultos dónde se puedan apoyar y confiar. A veces, no hace falta decir nada, hacer sentir que se está presente, pase lo que pase, es mucho más efectivo que una retahíla de libro sobre “como-educar-a-mi-hijo/a”, porque lo importante no es demostrarnos que somos buenos padres o educadore/as, sino demostrarle a ese niño/a niña o adolescente que es importante para nosotros/as, que le entendemos porque también hemos pasado por ser niños/as y adolescentes no entendidos, ninguneados, abusados, excluidos, humillados en algún momento de nuestras vidas. Que se sienta con el derecho de poder expresar lo que le pasa, y si no habla, que el silencio también sea acogido. Porque, la persona deprimida vive en función del pasado, con la correspondiente negación del presente (Lowen, 1984) por lo que negarles del presente de la presencia sería alimentar ese pesado pasado.
Una idea puede ser la de ofrecerle a tu hijo/a, educando/a, dentro de lo posible y dependiendo del vínculo que se mantenga, un rato a la semana acordado con el o ella, donde sin interferencias de móviles, televisión y otras distracciones, os dediquéis un rato para hablar de la semana, dejar que te cuente cómo le ha ido en la escuela, cómo le ha ido con las amistades, qué le preocupa, cómo se siente, cómo se siente en casa… escuchando activamente y sin atiborrarle a preguntas, dejar que te cuente lo que necesite. Sentir que le miras con unos ojos de madre, padre, educador/a suficientemente bueno (Winnicott) y si te pide consejo, entonces dárselo. Y a la hora de marchar a la escuela u otros lugares donde el padre, madre, educador/a no pueda estar, le puede extender un objeto que se pueda llevar consigo, como simbolismo para sentir que sigue acompañado dando los pasos, que poco a poco, le llevarán a su autonomía.
REFERENCIAS:
MOSQUEDA Montiel, Ma. del Pilar. Un enfoque gestáltico de la depresión infantil. (artículo)
LOWEN Alexander, La depresión y el cuerpo (1984). Alianza Editorial. Madrid.
BioCareSintese, Patricia Querido y Cristina Santos.